¿POR QUÉ TRABAJAMOS PARA ESTIMULAR LA FUNCIÓN EJECUTIVA?

El trabajo realizado con los niños que tienen problemas en función ejecutiva es mal conocido.

Los padres y muchos docentes, cuando les explicas que la conducta que observan se debe a una disfunción de zonas prefrontales de la corteza cerebral, se te quedan mirando como si fueras una lunática. Mirándote con cara de: «Bueno, ¿y a mi qué?». Dime lo que tengo que hacer porque el niño se porta fatal»
Es frecuente que te pregunten «¿Cómo es posible que me digas que al niño le pasa algo en el cerebro si le han hecho un electro y está normal?». «A este niño no le pasa nada, es que es un mal educado».

Función Ejecutiva
Y llevan razón: se porta como un maleducado, aunque el origen de su conducta se deba a algo que va más allá de haber o no haber interiorizado determinadas pautas educativas.

La alteración de la función ejecutiva no se detecta en un electro o en una resonancia, es una alteración de neurotransmisores. Una disregulación de los mensajeros que inhiben y activan, y que provoca en los sujetos que lo padecen incapacidad para corregir sus conductas (autocorrección), incapacidad para entender que cometen errores ( autocrítica), y/o incapacidad para planificar sus acciones (autocontrol).

Estos sujetos tardan más en automatizar. Las situaciones novedosas del día a día, ante las que las personas deben dar respuestas rápidas y eficaces, son uno de sus puntos débiles. Para resolverlas no solo está implicada la corteza prefrontal, ese 30% de materia gris tan importante en la vida del ser humano. La resolución de las situaciones novedosas requiere de la conexión (conectividad) de esas regiones con otras áreas subcorticales (zonas talámicas, sistema límbico, etc.) que regulan sensaciones y emociones y que activan o desactivan otros procesos en función de la información que el prefrontal les transmita. Se trata, por tanto, de una exigente organización que, en ocasiones, se desorganiza, dando resultado a lo que hoy en día se conoce como disfunción ejecutiva.

El sujeto con este tipo de problema, que no se observa en ninguna prueba médica, pero que sí se observa en las pruebas neuropsicológicas con las que los evaluamos, tiene dificultades para incorporar nuevas informaciones; resolverlas de forma rápida, eficaz, con fluencia (velocidad de procesamiento); dificultades para adaptarse a los estímulos que el día a día le va presentando (flexibilidad cognitiva); dificultades para inhibir sus acciones; y tomar decisiones correctas.

Y todo ello se debe a ese «divorcio» entre las partes, a esa fallo en la mensajería, a ese atasco de información.

El cortex prefrontal, a su vez dividido por fronteras sin barreras, poco claras, en tres zonas que, al parecer, se encargan de conductas distintas, es una amalgama de enredos. Neuronas que van de un lado a otro, tupidas madejas de información, uniones y desuniones de miles de metros de cableado eléctrico impulsado por sustancias químicas, que se reparten los trabajos, pero que, a veces, no funcionan bien.

¿Qué pasa cuando las conexiones de zonas dorsolaterales del cortex prefrontal encargadas del razonamiento, la adquisición de los conceptos, la capacidad de hacer deducciones rápidas (inteligencia fluida), la memoria de trabajo, y la atención sostenida, tienen algún problema?

¿Qué pasa cuando la zona ventral más emocional, encargada de la empatía, las habilidades sociales, la compasión, la autoconciencia, la autocrítica, la autorregulación, la ética, el control de la ira, del miedo, de la tristeza, de la capacidad de discernimiento, presenta algún tipo de disfunción?

¿Qué ocurre si en la zona media de esa área del cerebro en donde está la motivación, la velocidad de procesamiento, la intencionalidad, la curiosidad, la fluencia sufre, por el motivo que sea algún deterioro?

Sabemos, hoy en día, que estamos ante un déficit de la función ejecutiva y que eso se traduce en lo que observamos: la conducta desajustada.

En las clínicas neuropsicológicas, tenemos la confianza de que intervenir en Función Ejecutiva mejora todos los procesos cognitivos y ello, a su vez, mejora la conducta en general. Es un trabajo minucioso que se realiza con el fin de que las conductas de planificación, organización, autoinstrucción, inhibición, supervisión, etc. que se realizan en consulta, después se generalicen en los contextos educativos y familiares en donde el comportamiento de aquellos que tienen más problemas en el proceso, están dando la lata.

Funcion Ejecutiva

Las actividades que se planifican deben ser breves, significativas, diferentes a las que viven cada día en sus centros escolares. Deben activar todos sus sentidos y su movimiento. Ser actividades reforzantes en sí mismas, que ofrezcan a los sujetos oportunidades de triunfo y que permitan al terapeuta reforzar, aprobar, aplaudir.

Los niños que realizan programas de reestructuración cognitiva en centros especializados vienen de experiencias de dudosa retroalimentación porque, o bien se portan mal y son frecuentemente castigados, o bien no trabajan adecuadamente y son frecuentemente corregidos. Es por ello necesario que se les de apoyo verbal y no verbal. Es necesario que el niño sienta que lo ha hecho bien, que va progresando.

Estas actividades dinámicas y novedosas que utilizamos en los programas de reestructuración cognitiva nos sirven para generar en los sujetos una «voz sana», un lenguaje interno adulto que les permita decirse a sí mismos, qué es lo que pueden o no puede hacer en cada momento de sus vidas para que estas sean exitosas.

TRATAMIENTO PARA EL DAÑO CEREBRAL ADQUIRIDO (DCA)

Según la FEDACE (Federación Española de Daño Cerebral) actualmente existen en España 400.000 personas que sufren este tipo de daño. Cuando hablamos del DCA nos referimos a ¨lesiones sobrevenidas que afectan al cerebro, previamente desarrollado, debido a distintos factores causales, y que son producidas, en gran parte de los casos, de forma súbita.¨
El DCA, más frecuente en hombres que en mujeres, es producido por varias causas. La primera de ellas afecta a más de la mitad de estos 400.000 pacientes (78%) a quienes les ha sobrevenido el daño por un Accidente Cerebro Vascular (ACV). El ACV, más conocidos como ICTUS, es una interrupción del flujo sanguíneo en una zona del cerebro que tiene como consecuencia la afectación de las funciones cognitivas y / o motrices asociadas a dichas zonas. Probablemente los hábitos de vida, el estrés, el sedentarismo, la obesidad y muchos otros factores, estén provocando este tipo de situaciones que tan devastadoras consecuencias tienen para quienes las padecen.

En segundo lugar el DCA es causado por Traumatismos Craneoencefálicos (TC). Los accidentes de trafico, los accidentes laborales, las caídas desde un columpio en parques infantiles mal acondicionados, peleas entre adolescente ,etc., son el origen de este tipo de lesiones que, como en el caso anterior, dejan afectada un área del cerebro y en consecuencia sus funciones.

El resto de los casos que se contemplan en las estadísticas se deben a problemas derivados de falta de oxígeno en el cerebro (anoxia), infecciones, o secuelas producidas por tumores.

Pero sea cual sea el origen del DCA, el impacto que se produce en una familia cuando ocurre, es enorme. Estos pacientes pierden parcial o totalmente su autonomía, se vuelven, de la noche a la mañana, sujetos dependientes que necesitan a sus familiares absolutamente para todo.

En un principio, el sistema sanitario cubre todas sus necesidades. Durante el tiempo que se encuentran hospitalizados la familia debe prepararse para los cambios que habrá que adoptar. Pero una vez que el paciente es dado de alta, comienza el verdadero encontronazo con la realidad. Al dolor y a la impotencia de quien sufre el daño, se suma el dolor y la impotencia de quien cuida al dañado.

La comunidad científica está de acuerdo en que cuanto antes se pongan en marcha mecanismos rehabilitadores, mejor será el pronóstico del caso.

Cuando estos pacientes vuelven a casa necesitan lugares preparados para llevar a cabo dicha rehabilitación. Lugares en donde se les preste, así mismo, la asistencia psicológica, que a nivel familiar e individual, les capacita para seguir adelante.

Por lo tanto, la intervención, en función de la afectación que haya generado el daño, deberá ser realizada por un equipo de profesionales con competencia para llevar a cabo los programas de rehabilitación.

Independientemente de los tratamientos médicos que el sujeto necesite, su rehabilitación precisará en la mayor parte de los casos de neuropiscólogo, fisioterapeuta, logopeda y psicólogo clínico.

Desde el año 2002, año en el que el Centro de Psicología, Neuropsicología y Logopedia RECURSOS, comienza su andadura, nuestro equipo se ha dedicado por un lado, al tratamiento de sujetos en la etapa infanto-juvenil (Trastornos del desarrollo, Trastornos de Déficit de Atención, Hiperactividad, Impulsividad, Trastornos de Conducta, Trastornos del Lenguaje y en el Aprendizaje) y, por otro, a la clínica de adultos. En el año 2010, asumiendo una nueva responsabilidad, comenzamos en el centro tratamientos para sujetos con daño cerebral sobrevenido. Durante este tiempo hemos aprendido de ellos y con ellos que todo es demasiado inmediato. La vida lleva asociado el dolor de lo inesperado. Entre la salud y la enfermedad hay un instante.

Una vez mas, la reflexión nos lleva a centrarnos en los beneficios, a tomar conciencia de nuestro momento presente, que no se escapen los ratitos. Con uno de mis pacientes disfruté de algunos muy especiales. Para rehabilitar su lenguaje cantábamos canciones y, rememorando a Serrat, él de forma entrecortada y yo de forma más fluida, conseguimos formar frases tan maravillosas como:

“Son aquellas pequeñas cosas que nos dejó un tiempo de rosas, en un rincón, en un papel o en un cajón”.

Nuestra profesión está llena de pequeñas-grandes cosas. Una de ellas es poder colaborar en la rehabilitación de personas que, de un momento para otro, han perdido la autonomía, han pospuesto sus planes, han tachado las citas de su agenda, han visto cómo los pactos con su futuro tomaban un rumbo diferente, han borrado las huellas de sus recuerdos, y se han convertido en sujetos distintos, inesperados.

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El cerebro, ese gran desconocido

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El cerebro, ese órgano de nuestro cuerpo tan bien protegido por nuestro cráneo y por una serie de finas, pero fuertes membranas que lo cubren, es la clave de la mayoría de los sucesos de nuestra vida.

No sería oportuno decir que es la estructura esencial del sistema nervioso central, ya que todas las estructuras son esenciales, y cada una de ellas cumple una función única e insustituible, pero sin él no hay vida.

Pues bien, dentro de nuestro cerebro, de ese pequeño, pero gran órgano que poseemos y que es una verdadera obra de la naturaleza, se dan miles de conexiones a diario. Por este motivo, podemos movernos, podemos expresarnos, comprender lo que nos dicen, recordar lo que nos pasó hace años, percibir a través de nuestros ojos un paisaje bonito, escuchar una melodía o sentir una caricia. El cerebro, como parte integrante del sistema nervioso, es la clave de nuestro comportamiento y el lugar donde encontramos la respuesta a muchas de las interrogantes que nos planteamos cada día.

Durante unas cuantas décadas la psicología ha tratado de explicar la conducta del niño, del adolescente o del adulto, en base a una serie de acontecimientos que han ido conformando las tendencias de cada uno. Sería muy arriesgado por mi parte negar que dichos acontecimientos influyen en nuestra conducta, pero pienso que más que estos, lo que verdaderamente da respuesta a todos ellos, es el sustrato neurobiológico que lo sustenta. Es decir, cada uno de nosotros somos, entre otras cosas, la consecuencia de nuestro cerebro.

Muchos padres se preguntan por qué cada uno de sus hijos es diferente habiendo recibido la misma educación, y cuando comienzan las dificultades, se pasan años culpándose a sí mismos por los errores cometidos, o culpándose entre ellos por las equivocaciones de unos u otros.

Por otro lado, cuando un niño no es capaz de adquirir los conocimientos que le imparten en el colegio y no mejora en su lectura, en su escritura o en su razonamiento matemático, es inatento o desconsiderado con sus iguales, los padres piensan que el niño es vago o maleducado, igual que lo fue alguno de sus tíos o de sus primos, o piensan que el centro al que lo llevan no es el adecuado.

Tenemos la tendencia a buscar las causas de todas estas cuestiones “fuera de”, cuando en realidad la clave está “dentro de”. Es dentro de cada sujeto, de cada niño, adolescente o adulto, en donde están las respuestas.

Por ello, cuando surgen las problemas, sean emocionales o académicos, es necesario averiguar qué resorte de nuestro cerebro los está motivando. Si esta es nuestra línea de investigación para solucionarlos, habremos contribuido a que muchos padres se relajen, dejen de culparse a sí mismos o a terceros; habremos contribuido a dar una explicación que mejore la relación entre padres e hijos, alumnos y profesores.